Cortázar y el viaje imaginario de las clases medias
Se reelaboran también ciertos motivos permanentes en su
literatura: el infierno, el barco de la muerte, la lucha contra el
Minotauro, Jonás con la ballena, la búsqueda del Tao, el descenso a las
Hades. Por otra parte, los soliloquios de Persio (uno de los precursores
subterráneos del Morelli de Rayuela), la ignorancia sobre los
verdaderos motivos de la frustración, o el que éstos sean triviales, y
la imposibilidad de acceder “al otro lado” por la existencia de barreras
oscuras y permanentemente secretas, sitúan a Los premios en la prolongación --indecisa-- del fantástico cortazariano.
Los premios puede,
así, llegar a leerse como una radiografía íntima de la Argentina de la
época, como el viaje imaginario de las clases medias, sostenido por el
frondicismo y el kennedysmo. Los años que van desde la caída del
peronismo (septiembre de 1955) al triunfo electoral de Arturo Frondizi
(febrero de 1958), y hasta el comienzo del ejercicio del gobierno, antes
de la adopción de las más importantes medidas en el campo económico y
cultural que irían a contramano de lo prometido, se caracterizan por una
toma de conciencia creciente de las capas medias y de los
intelectuales, dispuestos a encabezar cambios profundos en las
estructuras económicas y sociales. Para una lectura de esta índole, la
novela aparece recorrida por cierto hálito de modernidad, de mundanidad;
una suerte de pretensión por parte de sectores medios para que, a pesar
del subdesarrollo, ese orbe indefinible y representativo del país esté a
la altura de los nuevos vientos industrialistas y progresistas que
soplan por el mundo. La presencia, en el grupo, de exponentes de
diferentes espacios sociales y culturales, la batalla final que se libra
contra los tripulantes, la organización misma de la anécdota, pugnan
por retener la novela en los límites de la tradición literaria
(condimentada, es cierto, por la novedad de un lenguaje muy elaborado y
matizado, y de una historia en la cual mucho pasa en el interior de los
personajes aunque nada parezca finalmente suceder en el exterior). La
contextualización de la novela es, sin embargo bastante nítida. Por
ello, no han faltado quienes observaran (David Viñas, principalmente) la
curiosa ausencia del peronismo y del más mínimo comentario sobre él en
un texto de pretensiones tan representativas y donde hay personajes que
no podrían omitirlo u olvidarlo.
Aludiendo al carácter descriptivo
social y a las intenciones más o menos alegóricas de la novela, declaró
Cortázar en su oportunidad: “Se me ocurre que Los premios es un
espejo sin pretensiones, pero bien azogado”. Y respondiendo a una carta
de Emma Sperati Piñero con observaciones críticas respecto de la novela,
escribía en octubre de 1961 palabras que tienen mucho que ver con ello:
“este golpe de timón /.../ me está llevando a cosas mucho más
interesantes que los cuentos fantásticos. /.../ Aludo a una necesidad
que se me ha vuelto insuperable de hacer frente a otra visión de la
realidad en que estamos metidos”. Hay, asimismo, algo quizá más profundo
todavía, y es un tema que atravesará buena parte de la vida de
Cortázar, pero que en este momento parece estar planteándose con fuerza a
raíz de sus propios cambios geográficos y de sus decisiones internas:
las alternativas entre Europa y América, el conflicto sobre dónde (y
cómo) estar. Los premios, en un nivel un tanto más oculto, parece dar cuenta de esta tensión, que luego se hará explícita en Rayuela. Ella
está presente, aunque algo subterráneamente en el texto, en ese barco
que es un ensamblaje de pedazos europeos: los capitanes Lovatt y Smith,
este último con acento de Newcastle; el médico francés; la tripulación
que puede ser danesa u holandesa; las balas de Rotterdam y, en fin, la
mezcla de lenguas. Defendiéndose contra todo tipo de críticas, a las que
tan sensible era, tanto las que le reprochaban haberse dejado llevar
por la facilidad y abandonado la buena escritura como las que aún no lo
hallaban del todo comprometido en su alejamiento parisiense, declaraba
en 1963: “Es muy fácil advertir que cada vez escribo menos bien y ésa es
precisamente mi manera de buscar un estilo. Algunos críticos han
hablado de regresión lamentable, porque naturalmente el proceso
tradicional es ir del escribir mal al escribir bien. Pero a mí me parece
que entre nosotros el estilo es también un problema ético, una cuestión
de decencia. Es tan fácil escribir bien. ¿No deberíamos los
argentinos (y esto no vale solamente para la literatura) retroceder
primero, bajar primero, tocar lo más amargo, lo más repugnante, lo más
horrible, lo más obsceno, todo lo que una historia de espaldas al país
nos escamoteó tanto tiempo a cambio de la ilusión de nuestra grandeza y
nuestra cultura, y así, después de haber tocado fondo, ganarnos el
derecho a remontar hacia nosotros mismos, a ser de verdad lo que tenemos
que ser?”. Parece, pues, estar dirigiéndose hacia una búsqueda más
moral que estética, o que ponga, por encima de los ideales estéticos, y
sin abandonarlos, contenidos éticos, que privilegie éstos.
Ese
conflicto, que a partir de los sesenta se irá haciendo cada vez más
nítido, provocará cambios fundamentales en su vida y en su obra. Como
fuere, se ve bastante claro que su atracción por la política, por la
sociedad, era muy fuerte desde antes de la Revolución cubana y sus
evoluciones. Y quizás se vea algo más interesante todavía: cómo vincula
estrechamente su escritura, “los modos de decir”, la lengua, con un
mundo exterior, social, político y, sobre todo, de valores.
Mario Goloboff es escritor y docente universitario.
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Fuente: Pagina12
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