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CARL JUNG: SOBRE CÓMO ILUMINAR LA CONSCIENCIA POR MEDIO DEL ZEN




La psicoterapia y el zen son muy diferentes, pero persiguen un objetivo común: iluminar el inconsciente.
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Hasta que el inconsciente no se haga consciente, el subconsciente dirigirá tu vida y tú le llamarás destino.

Carl Jung era una especie de arqueólogo del ser: buscaba en lo más hondo de la mente las maneras de desbloquear el inconsciente. Esa misma inquietud la encontró en una práctica de más de 2000 años de existencia, al otro lado del mundo: el budismo zen.

En su libro The Undiscovered Self de 1957, Jung intenta responder a la pregunta de cómo un ser individual puede realizarse sin “disolverse” en los demás, y lograr conservar su individualidad. En el budismo zen descubrió un concepto para esa realización llamado satori, una especie de iluminación de la consciencia sobre la cual Jung ahonda en el prefacio que hace al libro de D.T. Suzuki, An Introduction to Zen Buddhism.

El satori en el zen y el desbloqueo del inconsciente de Jung
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La psicología de Jung veía que la posibilidad de la realización en la sociedad occidental estaba en la examinación e introspección del propio ser. De esta manera se puede llegar al inconsciente que, según Jung, es “la única fuente accesible para una experiencia religiosa”, pero no en el sentido de encontrarse con alguna entidad divina, sino con lo más profundo del “yo”. Una de las maneras más conocidas para hurgar en la mente que propuso la psicoterapia era mediante la examinación de los sueños.

En cambio, para el budismo zen alcanzar el satori (la sabiduría sin la cual no existe el zen, según D.T. Suzuki), es sólo posible mediante un profundo compromiso y una gran disciplina, que los monjes budistas practican mediante el zazen, o “meditación estando sentado”. El principal objetivo de ésta es llegar a una experiencia básica en el budismo, que es el anātman, o “no-ser”: un estado de plena consciencia sobre lo universal de nuestro ser, que es indivisible de la vida que le rodea.

Satori es, de hecho, una cuestión de ocurrencia natural; algo tan sencillo que uno falla cuando sólo ve el bosque sin ver los árboles.

Así, aunque la inquietud sobre el ser gira en torno al develamiento de algo más grande tanto en el zen como en la psicoterapia de Jung, las nociones del “yo” son casi diametralmente opuestas. Pese a ello, en su prefacio Jung dice que:

El Zen es de hecho uno de los retoños más hermosos del espíritu chino.

Según las enseñanzas de Buda (quien transmitió el conocimiento del zen, precisamente, mediante una flor) la idea del “yo” es algo imaginario: una creencia falsa que no tiene correspondencia con la realidad y que produce pensamientos dañinos en torno a uno mismo. Deseos egoístas, ansiedad, odio, orgullo y otros problemas e impurezas son producidas por la idea del individuo. En el budismo en cambio se trata de una concepción del individuo como parte de una unidad (el cosmos) que, según Jung, ni la religión ni los conceptos filosóficos de occidente permitirían comprender.
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La única forma de desembarazarse del ser en el pensamiento de occidente (sumamente racional) es sacrificándolo a un dios. En cambio, el budismo zen es una experiencia donde se trabaja por la liberación de la individualidad, lo que puede llevar al budista a realizar, por ejemplo, la transmigración. En el zen, esto va más allá de Buda mismo, quien más bien representa una forma de cultura espiritual, sin ser él mismo la divinidad suprema a la cual el practicante del zen pretende llegar mediante el satori.

Es fácil comprender por qué Jung estaba fascinado por el pensamiento del lejano oriente y el zen (como otros grandes escritores). Veía en éste importantes manifestaciones culturales y arquetipos que, creía, no podían pasarle desapercibida a la disciplina psicológica: una suerte de “curación espiritual” cuyos conceptos (como el anātman o el satori) no tenían que ser experiencias comprobadas por ninguna disciplina.

Según Jung, para comprender profundamente al zen se le debe entender como una práctica de perpetua expectación, y no de resultados ya comprobados o esperados. Por eso, Jung concluye el prefacio de esta inspiradora manera:

El zen demanda inteligencia y fuerza de voluntad, así como todas las grandes cosas que desean convertirse en realidad.

A su manera, tanto la disciplina de Jung como el zen buscan lo mismo, pero por diferentes medios y bajo distintas concepciones. Por su parte, el concepto del satori quizá permanezca por siempre misterioso para nosotros, pero la labor de difusión que Jung y otros pensadores han hecho del zen nos acercan a un pensamiento que no puede sino nutrir nuestro espíritu.



*Referencias: Masao, Abe, The Self in Jung and Zen, Eastern Buddhist Society
Fuente: Ecoesfera



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