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Los relatos de Sulivan retratan el día a día de una forma muy particular, mirá sus textos aquí





Una artista argentina bajo el seudónimo de G.S. Sulivan retrata su día a día de una forma muy particular. Cuentos, relatos cortos y demás.
Todos los días en nuestra cotidianidad naturalizamos ciertos hechos, Sulivan "se ríe" de eso.

Aquí compartimos algunos de sus escritos que esperamos disfruten.
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Imprevisto

Se fue a parar justo en la página 41 de mi libro nuevo, era inmensa. En un segundo me encontré pasando del disfrute a la imposibilidad, solo porque así lo había decidido ella, descarada e insolentemente. No podía seguir leyendo, tampoco podía aplastarla con “La sangre derramada de J.P.Feinmann”, porque se mancharían no solo la hoja 41, sino también la 40, y posiblemente la 39 y la 42. Su osadía me había causado tanta rabia, que un golpe impulsado por ese sentimiento la dejaría más que aplastada, estrangulada y esparcida sobre la superficie al punto de perder su forma y convertida en una mancha roja repetida en cada página. De solo imaginarme efectuando el golpe ya me veía, un rato después de concluida la acción, maldiciéndome.
No es conveniente actuar con impulsividad, cuando es fácil suponer que los resultados serán más negativos, que positivos.
Entonces se me ocurrió sacarle una foto, para que me creyeran cuando lo contara. Para que se entendiera, si decidía contarlo, el por qué de ese instante dilemático.
Lentamente procedí a retirar mi mano derecha del libro, que permaneció sostenido por la izquierda, y descansando, abierto, con los bordes inferiores de las solapas sobre mi abdomen. Mi brazo derecho se fue extendiendo sigilosamente hasta que por fin alcance el celular que se encontraba sobre la mesa de luz. Del mismo modo, lo traslade hasta ella, en la parte superior de la página 41, busque la cámara entre las aplicaciones del teléfono, apunte y justo cuando apreté el botón que hace de gatillo en las cámara de los celulares, lo hizo. Voló. Como hacen siempre las muy putas. Voló, porque si. Lo juro. Yo había sido muy cuidadosa, era imposible haberla molestado, solo voló como si se estuviera imaginando mis intenciones y quisiera que nadie me creyera.
La foto que saque era la imagen, medio borroneada de la página 41, a la que también empezaba a agarrarle un poco de odio. En la misma postura, pero ya sin el celular, y sin proseguir con mi lectura, me quede frente al libro, tomándolo con ambas manos, mirando la oración en la que ella se había posado antes. Solo mirándola, sin leerla. Y sin satisfacer mi pulsión de darle muerte a la malnacida, con lo fácil que esta se me había presentado.
¡Ojala hubiera sido un libro de mierda, ahí sí que la hubiera aniquilado sin preámbulos! - pensé.
En cambio, no, era un buen libro. Y aun cuando no lo son, uno siente la necesidad de cuidarlos igual. Así que mientras estaba recostada, con ese deseo insatisfecho de darle fin a su aleteo insoportable, pensé en escribir lo que había pasado, para no olvidarme. La gente pocas veces cree en algo, si no tiene una prueba que lo avale. A estos fines, la fotografía hubiera sido una prueba mucho más contundente, teniendo en cuenta el viejo refrán que dice “una imagen vale más que mil palabras”. Pero ante la imposibilidad de tomarla, necesitaba, de alguna forma y por alguna razón, que quedara constancia del hecho, tomar registro. Y así lo hice, volví a agarrar el celular y me puse a escribir ahí nomas, con esas teclitas diminutas, sin tomarme el tiempo de agarrar lápiz y papel porque corría el riesgo de olvidar algunos detalles.
Mientras tanto, ella seguía muy vivita y coleando, revoleteándose de aquí hacia allá y eligiendo como lugar predilecto (siempre tienen alguna preferencia con las partes del cuerpo) la rodilla de mi pierna derecha. Yo seguía escribiendo, al mismo tiempo que me movía cual persona con epilepsia para quitarle, ya que no había podido quitarle la vida, al menos, el placer de seguir incomodándome.
Antes de llegar al primer punto en mi prueba escrita de los hechos, Norma irrumpió en la habitación. La puerta estaba cerrada, pero Norma no le hace mucho caso a su nombre. Nunca su personalidad se destaco por respetar mi espacio, ni el de nadie. Entonces abrió y me vio. Fue como si me viera desnuda. En realidad, estaba vestida con un celular en la mano, un libro abierto sobre mí, y peleando contra una mosca que se empecinaba en ponerme nerviosa.
Pero, claro, Norma no vio a la mosca, menos que menos lo que había hecho la gran puta y menos todavía se le ocurrió pensar porque carajos tendría un libro abierto sobre mí, si no lo estaba leyendo. Escuche que me dijo: Buen Día, y cerro. Sin darme siquiera la oportunidad de tomar conciencia del saludo, cerró, y se fue. Claro que tampoco le pude responder. Ese Buen Día, de Norma, el que no espera respuesta y con ese tono que solo sale de su voz, es de los que significan algo más o menos así: “todo el día con ese celular pelotudeando vos, tanto que no prestas atención ni siquiera cuando te saludan, ya ni saben mirar a los ojos los jóvenes”. Sí, todo eso significa el Buen día de Norma, en ese tipo de situaciones.
Largue libro, celular y me senté al borde de la cama, con la intención de pararme e ir a buscarla como para darle una explicación, o algo parecido. Pero mi impulso se detuvo y me quede ahí, inmóvil, como coartando la función de la inercia. ¿Cómo explicarle a alguien que juzga sin conocer y sin pruebas? Me pregunte en silencio. Y la charla con mi yo interno prosiguió: Aun si se lo contara, y me creyera, no serviría de nada. No solo no entendería la importancia de lo que me había pasado, sino que seguiría pensando igual. Así le muestre que está escrito, o aunque encuentre a la mosca y se la lleve en un frasquito, me diría que son excusas que solo quiero “pavear” con el teléfono. No, no tiene sentido, me respondí. Es mejor que ella no sepa cuánto me hubiera gustado aplastarla. Quizás, sea preferible esconderle ese deseo profundo de matar, aun cuando eso conlleve esconderle que estaba leyendo, aun cuando eso signifique seguir soportando interrupciones. Es preferible, si, que Norma me vea como “una adolescente más”, aun con todos los prejuicios que eso conlleve en ella, y en algunas de las personas de su edad. Es preferible.



Cotidianas

Siempre impredecible, se las arregla para entrar, burlando la defensa que nuestro estímulo de cerrar los ojos nos proporciona.
Parpadeamos un par de veces, y una vez reconocida su presencia, algunos nos refregamos como si por tenerla allí, nos estuviéramos perdiendo de las maravillas del mundo; con fuerza, impacientes, casi lastimándonos. Los menos ansiosos, lo resuelven con un poco de agua. Pero la mayoría de las veces sigue molestando, cada vez más.
En algunos casos, cuesta tanto encontrarla, que si por casualidad estamos en cercanía a otra persona, no nos importa deformar nuestra cara para pedirle que la busque, lo cual es bastante inútil a los fines de resolverlo, ya que por lo general no queremos que ande toqueteando, limitamos su acción a soplar. Necesitamos eso, o la confirmación de que algo anda por ahí.
Hasta que por fin sale. Logramos sacarla de la misma forma en la que ingresó, sin saber cómo o en qué momento. La sensación de que permanece inmóvil allí, nos persigue por un rato. Pero la verdad es que ya no está, y llega un momento en que lo notamos. Es entonces, cuando podemos relajamos, y seguir haciendo lo que estábamos haciendo.
Así es tener una basurita en el ojo.



Abelardo
La vida es muy distinta a lo que era antes. Lo sé porque Abelardo no se cansa de repetírmelo.
“Antes era distinto”, dice, alargando la “a”, mientras dirige la mirada hacia el techo con cierta nostalgia. “Antes era distinto” repite, pero esta vez agrega una pequeña pausa entre “ant” y “es”.
Es una frase que solo en Abelardo tiene una duración de 83 años, los mismos que cumplió el mes pasado. Y yo, ya sé lo que se viene después de esa frase. Abelardo es así, creo que piensa que es una manera eficiente de enseñarme algo. Le dije mil veces lo que pienso de su monólogo. Pero el todavía no entiende que yo pronuncio más rápido.

G.S.Sulivan

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