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En 1996 era adicto a la heroína. Ahora, ha ayudado a dirigir 'Trainspotting 2'



Cuando se estrenó 'Trainspotting', Garry era heroinómano. Se recuperó, estudió cine y ahora ha formado parte del equipo de su secuela

Cuando las aventuras de Mark Renton llegaron al cine con Trainspotting, Garry Fraser no pudo evitar verse identificado con los excesos de sus protagonistas. En 1996 tenía 19 años y estaba inmerso en una vida marcada por la heroína y los hurtos menores.
“Entonces creía que la película estaba demasiado edulcorada. Era de mente cerrada y no creía que representara a mi cultura”, reconoce Fraser. “Pero, 20 años después, la aprecio mucho más”.
Nadie diría que aquel joven perdido de Muirhouse –uno de los barrios más conflictivos de Edimburgo–, acabaría convirtiéndose en el director de la segunda unidad de Trainspotting 2.
“Estuve esperando 12 años esa llamada telefónica”, relata Fraser sobre el momento en el que Danny Boyle le comunicó que quería que trabajaran juntos. “Me detuve profundamente, respiré y dije: ‘Garry, has vivido todo esto, tienes una gran ventaja respecto a todo el mundo para conocer la historia’. Pero dirigir una escena de Ewen Bremner era demasiado para mí. ¡Era una gran responsabilidad!”.
Ni él mismo creía que fuera a tener un trabajo tan importante. Sin embargo, no había nadie mejor para el trabajo. Nacido en un distrito en el que más del 50% de los heroinómanos tenían sida, su vida estuvo marcada por un contacto constante con la delincuencia y las drogas.
“Mi padre era un alcohólico y mi madre ni siquiera me quería”, explica. Al crecer, simplemente no pudo evitar caer en la tentación de seguir el mismo camino de todos los que le rodeaban. A los 11 ya estaba metido en el tráfico de hachís, y antes de cumplir la mayoría de edad llegó a sufrir abusos sexuales. No pudo huir de un destino que parecía inevitable, pero algo le hizo cambiar de parecer.
“Cuando tuve mi primer hijo supe que tenía que volverme alguien formal. Por primera vez había algo en el mundo más importante que yo mismo”, explica.
Así, Fraser se inscribió en una escuela superior de audiovisuales y dejó las drogas de manera progresiva. La vida perra que había tenido le daba una oportunidad. Ahora podía reflejarla a través de sus filmes.
“La primera película que dirigí iba sobre la knife culture (denominación que recibía la subcultura de los jóvenes de Reino Unido que dejaban los estudios para vivir de pequeños crímenes). Después de rodarla, supe que eso era lo que quería hacer con mi vida”, expone.
Desde entonces, comenzó a rodar películas, documentales y hasta videoclips de todo tipo que le sirvieron para hacerse un pequeño nombre en la industria de Reino Unido. Nunca sería un director famoso –o eso creía–, pero era de los pocos que se atrevían a escarbar en el barro de los peores distritos de Edimburgo.
En 2013 firmó su obra más íntima, Everybody’s Child, en la que retrataba su infancia de una manera crítica y sobria. Gracias a ella ganó un premio Bafta como nuevo talento escocés. Y también llamó la atención de Danny Boyle, que supo inmediatamente que era la persona que necesitaba. Ya no solo como asesor, sino como director de varias escenas de la película que traería de vuelta a Renton y compañía.
Aunque haya pasado por más obstáculos de los que podemos imaginar, Fraser ha sabido encaminar una vida llena de éxitos que todavía está en plena gestación. Si le preguntan, lo tiene claro. No cambiaría sus traumáticas experiencias por nada:
“A veces hay que pasar por dificultades reales en la vida para tener grandes recompensas”.
[Vía The Guardian]






 
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