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La igualdad no tiene género




La igualdad no tiene género

Parémonos a pensar en la complejidad, hoy en día, de ser mujer. Muchas mujeres no quieren repetir el rol de sus madres o abuelas, pero tampoco quieren caer en el peligro de «convertirse en hombres». ¿Cómo podemos fomentar la igualdad de género sin caer en el error de irnos al otro extremo? ¿Buscamos únicamente un cambio de roles o una reconexión entre hombres y mujeres más profunda y saludable?

Gracias al feminismo, muchas mujeres han podido tener un gran impacto en la cultura patriarcal y, a su vez, muchos hombres han sido capaces de reconocer que es necesario reducir su autoridad y desarrollar su sensibilidad, su empatía y su receptividad. Tal y como nos explica Rainer Maria Rilke, esta variación ha permitido entrar en un estadio en el que las relaciones entre hombres y mujeres “pueden convertirse en un vehículo de crecimiento de la conciencia […] La indefinición de fronteras entre los sexos lleva consigo la exploración de formas más profundas de amor y de conexiones más significativas” (Woodman, M., 1993, p. 154).

El hecho de que haya existido universalmente la subordinación femenina y que ello involucre diversos ámbitos —tanto económicos como jurídicos, sexuales o psicológicos—, da cuenta de que estamos ante algo profundo que nos invita a reflexionar: ¿qué tipo de igualdad queremos desarrollar? Hombres y mujeres deben ser iguales en derechos y oportunidades; sin embargo, esto no implica que tengan los mismos intereses.

«Masculino» y «femenino» no son iguales: son complementarios. Uno no puede existir sin el otro y juntos forman una unidad.

Inicialmente, todo ser humano nace de una mujer y se desarrolla en torno a una conciencia matriarcal. En esta primera etapa, crecemos en un mundo dominado por los instintos, envueltos en sensaciones, sentimientos y fundidos en la identidad de la madre. Esta fase nos vincula con el entorno y nos da un sentido de unión. Más adelante, para ser conscientes de nuestra individualidad, necesitamos una conciencia patriarcal que se caracteriza por la acción, la voluntad, la lucha y la competición. Esta fase nos empuja a emprender nuestro propio viaje, diferenciado del de nuestra familia. Ambas fases son imprescindibles para desarrollar una conciencia equilibrada sobre nosotros mismos y trascender a nuestros progenitores. La energía masculina es imprescindible para la transición de la infancia a la madurez adulta, tanto en hombres como en mujeres, puesto que nos permite desarrollar la capacidad de libertad y elección, así como la consecución de ciertos objetivos. Sin embargo, una cultura excesivamente centrada en los valores masculinos tiende a frenar la evolución natural de las virtudes típicamente femeninas.

Es importante darse cuenta que el equilibrio y la igualdad de género que queremos ver en el mundo tiene que ser precedida por el equilibrio de estas dos energías en nuestro interior. Todos tenemos un hombre y una mujer en nosotros. Todos albergamos a nuestro padre y a nuestra madre o, en su defecto, a aquella persona que para nosotros representó el padre o la madre. La energía masculina y femenina son consideradas los dos pilares de la psique humana.

Son dos fuerzas ancestrales y arquetípicas que convergen en nosotros y que, juntas y en armonía, nos dan la capacidad para afrontar cualquier vicisitud en nuestra vida.

Es por esto que es muy importante examinar qué sentimientos hemos albergado hacia nuestro padre y hacia nuestra madre, con qué cualidades nos hemos identificados y cuáles han sido las que hemos rechazado de uno y de otro. El resentimiento hacia el hombre que hayamos podido albergar en las primeras etapas de nuestra vida, repercutirá en las relaciones que establezcamos posteriormente con los amigos, los compañeros o las parejas, repitiendo constantemente los mismos conflictos una y otra vez.

Así, por ejemplo, si la mujer rechaza la energía masculina dentro de ella, le resultará difícil liberarse de una posible dependencia hacia los hombres, porque se habrá separado de la fuente de su propio poder. Por otra parte, si se identifica internamente de forma excesiva e idealizada, es posible que pueda perder el contacto con sus propios instintos femeninos. En ambos casos, es importante reconciliarse y perdonar todo aquello que hemos rechazado previamente sobre la energía masculina para establecer una relación más saludable con nuestro entorno. Esto nos permitirá desarrollar el lado masculino inconsciente sin perder las raíces de nuestra feminidad.

“Me considero feminista. Me cuesta trabajo imaginar que alguien no sea feminista. ¿El feminismo no es, simplemente, una declaración de la libertad humana?”

Siri Hustvedt
Fuente: Enric Corbera Institute


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